miércoles, 9 de octubre de 2013

6º Capítulo


Observo cómo los hombres de batas blancas se llevan a mi padre. Lo único que recuerdo a partir de ahí es ver cómo lo intentaban reanimar, sin ningun resultado. Después cruzé la linea que me separaba de la histeria y empujé a un médico contra la pared para poder llegar hasta donde yacía mi padre. No pude repetir mi golpe con otro hombre que me agarro y tuvieron que sacarme de allí a rastras. Más tarde no recuerdo nada más. Todas estas ultimas imagenes se repiten una y otra vez en mi mente. Es un poco triste que los últimos recuerdos que guardaré de él sean tan confusos y irrealistas.
Las gotas que caen por la ventana del coche de mi madre, se asemejan a las lágrimas que hemos derramado en plena entrada del hospital. Ahora ya no me quedan lágrimas que expulsar. La histeria a dado paso a la tristeza y me siento vacía. Pasado mañana celebraremos el funeral. Yo preferiría no ir, pero mi madre a insistido y no creo que sea buena idea llevarle la contraria en estos momentos. Sé lo mucho que está sufriendo por la mirada vacía que refleja el retrovisor de nuestro ford, que nos lleva a nuestra casa. Me duele mucho tener que contarselo a Nicky, porque nadie quiere ver como su hermana pequeña sufre.
Los días anteriores al funeral pasaron lentos. Me paso los dias sin decir una sola palabra, completamente metida en mi mundo de preguntas sin respuestas, de dolor y de sufrimiento. Viendo como el reloj avanza y los copos de nieve cubren la calle.
Como no puedo salir, los momentos son aún más dolorosos, porque no puedo entretenerme con nada, y cualquier cosa que veo y que hacía me recordaba a mi padre. Lo peor fué ver como se lo llevaban... Cómo lo apartaban de mí, y aceptar que nunca más iba a ver sus ojos de color miel.
Por fin llega el día de despedir a mi padre. Odio los funerales, sobre todo cuando la persona que ha fallecido es tan cercana a ti, porque todos los parientes te rodean y te dicen lo mucho que lo sienten y lo afligidos que están.
Por eso cuando llega el coche fúnebre a la entrada de la única iglesia del pueblo me aparto a un rincón sola, para que nadie pueda abrazarme y recordarme lo maravilloso que era mi padre.
La misa transcurre rápido, y solo se vé interrumpida por algun que otro sollozo repentino de mi madre. Yo me mantengo al márgen sin concentrarme en los aburridos discursos del cura, hasta que alguien llama mi atención. tres filas más atrás distingo a un chico que creo conocer. Noto cómo se me acelera el corazón. Es él, no le veía desde hace dos años. Espera, no puede ser, no es posible. He de estar segura antes de hacer alguna locura.
Estoy impaciente porque termine la misa, y cuando lo hace y todos salen, me dirijo corriendo hacia el chico que he visto antes. Es extraño la forma en que se me acelera el corazon cuando posa su mirada en mi. Algo en ella me dice que ya me había visto dentro. Se gira completamente hacia mí, extiende los brazos y nos fundimos en un caluroso abrazo.
- Ekaitz...-Mi susurro es apenas audible, dado que tengo la cara contra su pecho.
- Pero si es la parlanchina de whatsapp- Eso hace que se me suban los colores, y dado que estamos en invierno y la escusa de ''tengo calor, no me he sonrojado'' no es válida, doy por hecho que ha visto que me he puesto como un tomate. En otra ocasión le habría respondido algo coherente, pero por alguna extraña razón, y por primera vez en un par de días, la linea de mi boca dibuja una sonrisa la cual no puedo bajar. A venido para quedarse y hacerme pasar por una tonta que no responde.
Despejo mi cara de su chamarra, aún con mi reluciente sonrisa en la cara y nos dedicamos unos segundos para observarnos. Su piel pálida, contrasta con su cabello azabache no muy largo y enredado. Pero lo que más me llaman mi atención son sus ojos azules rasgados que parecen brillar con un reluciente tono violeta. Que extraño, no los recordaba así, ni mucho menos. Mientras su mirada se fija en mí, logro distinguir algo en ella. Satisfacción. Al final sí me he ruborizado bastante.
- Por whatsapp parecías más habladora- Sus finos labios dibujan una sonrisa al ver que mi tonta sonrisa aumenta. Temo empezar a babear. ¿Qué me pasa?- Mi ser Ekaitz.- Señala con su dedo índice su pecho. Hace lo mismo conmigo.- ¿Cómo llamar tú?
- Ajá... Digo, Emma.- Mierda, mi estupida capacidad para impresionarme con todo.- Me decepciona que no te sepas mi nombre, no te pido que''tú aprender a hablar''. Solo que te aprendas mi nombre. Emma. ¿Tu entender?
- Ajá.- Imita mi cara de tonta para fastidiarme, no sin llevarse un codazo.- Digo, mi entender.
- Bueno Ekaitz, ¿Has aparecido por arte de magia o aquí que ha pasado? Tenía entendido que no ibas a volver.- Hace dos años que se fué a Berlín con sus padres, porque a su madre le dieron una oferta irrechazable de trabajo allí. No tuvieron más remedio que dejar el pueblo, justo cuando habíamos empezado a ser amigos de verdad. Aunque no hubo nada entre nosotros. Sin embargo, en este momento mis emociones son muy extrañas.
- ¿Y qué te parece si quedamos mañana y te lo explico en mi casa?- Hace una pausa para intentar no reirse.- Podremos estar más tranquilos y así tú entender mejor.
- Nose si pued...
- Te voy a recoger
- Pero...
- Tranquila, ya me acuerdo de tu calle. Que no te sorprenda, no me olvido de esas cosas.
- Vale.- Acabo aceptando.- No va a servir de nada asique acepto a que me cuentes tu vida que debe ser muuuy interesante. Por cierto, ¿eso de tu zapato es mierda de perro?
Agacha la cabeza para comprobarlo.
- Pues claro tonta, no iba a ser mierda de caja rejistradora. Bueno, a lo que iba ¿Alguna pregunt..?
No le doy tiempo a terminar de formular la pregunta. Le agarro el gorro que le cubría la cabeza y salgo corriendo, como en los viejos tiempos. No tarda mucho en alcanzarme puesto que la densa nieve no me deja avanzar y el estar dos días metida en casa ha hecho mella en mis articulaciones.
Me agarra por detras. Más bien se lanza sobre mí y los dos caemos al suelo, quedando a pocos centímetros el uno del otro. Ambos nos miramos y hay unos momentos de tensión mientras miramos al gorro que ha quedado a unos metros nuestros.
- Da igual, nunca me ha gustado. Estoy mejor tumbado.-  Su mirada se fija en mi y un hormigueo recorre mi congelada espalda.
- Por cierto, si tengo una pregunta. ¿Que es eso de te acuerdas de donde vivo?.- Pregunto frunciendo el ceño.
- Ahora que lo recuerdo, el gorro me lo regaló mi tía. Igual mejor lo cojo si no quiero que se enfade cuando vea que no lo llevo.- Y, después de dedicarme una sonrisa divertida, se levanta, se sacude la nieve y recoge el gorro.
- ¿Que te impide responder a esa simple pregunta?- Observo todos sus movimientos. Desde su mirada algo perdida pero firme hasta sus movimientos seguros.
- ¿Que te impide hacerme esa simple pregunta mañana?
Me ha pillado desprevenida.
- Cierto.- Asiento dando a demostrar que me ha dejado sin respuesta.
Y, entre el tumulto que sale todavia de la iglesia, cubierta por enredaderas que parecen ahogar las piedras de las que está hecha, le pierdo de vista entre la niebla crepuscular, quedandome con ganas de abrazarles.
Y con unas mariposas en el estómago que parecen no decidirse sobre mis sentimientos hacia ese chico tan extraño.




viernes, 27 de septiembre de 2013

5º Capítulo


                                                **5º Capítulo**                                                  

" Calle Flascer". Estas palabras impresas en el papel no tienen ningun significado en mi mente. "Calle Flascer". Es increible cómo te puedes perder en un pueblo tan insignificante como este.  Vivo aquí desde que yo recuerde y no sé dónde está el hospital. La calles no son lo mío. No tengo más remedio que preguntarle a la primera persona que pase.
Decido aleatoriamente. Una chica joven de pelo corto. "Tiene cara de saberlo, aunque se parece un poco a mí" pienso con sarcasmo:
- Perdona, ¿sabes donde está el hospital, de la Calle Flascer?- La digo, corriendo detras de ella para alcanzarla.
- Si.- Me dedica una fascinante sonrisa.- Al lado del parque Coral, enfrente de una casa granate.
- Gracias.- Respondo intentando no parecer más desconcertada de lo que estoy.
Mientras que la veo marchar pienso si lo habrá hecho a propósito. Sospecho que no lo sabía y se quería librar de mí. Asique decido seguir caminando. Una voz resuena en mi cabeza ''¿A donde vas, tonta?''.
- A donde me lleven los pies.- Le respondo a la nada. Que mal estoy, madre mía. Igual me tengo que quedar con mi padre en el hospital para que me hagan una revisión. Si esque lo encuentro.
Obligo a mis adormiladas piernas caminar unas manzanas más. No me entretengo mucho mirando el paisaje. La maldita casa granate seguro que aparece en cuando me descuide un poco.
No tengo que avanzar mucho más para encontrarla. Después de observarla un poco me doy cuenta de una cosa: más fea la pobre, no puede ser.
Dirijo la mirada a la otra acera y, por fin, mis ojos verdes se topan con el odioso hospital. Aunque ni rastro de el cartel con ''Calle Flascer''. La persona que haya puesto aquí el hospital no pensó en personas como yo.
Entro y las puertas mecánicas me habren paso a un paisaje de gente con escayolas, camillas resvalando de un pasillo a otro, médicos estresados con carpetas que corren de puerta en puerta y niños que lloran. Nunca seré médico. No sobreviviría en un sitio como este.
Voy al mostrador para pregunar por la habitación de mi padre. Una mujer mayor a la que parece gustarle tan poco como a mí el hospital me recibe al otro lado del cristal.
- ¿Buscas a alguien?- Ninguna mueca o expresión se dibuja en su cara.
- Rafa Martini.
Doy golpecitos con los dedos en la mesita con los dedos mientras la señora comprueba en el ordenador el paradero de mi padre. Algo tira de mi camiseta.
- Toma.- Un niño de unos cuatro años me ofrece una piruleta de corazón. Con lo que me apetecía a mi una. Este niño a leido mis pensamientos...
- Gracias, peque.- Le hago cosquillas en la barriga.- Recuerdame que te debo una para la próxima vez que nos veamos.
Me sonríe y se va corriendo a donde su madre, que le espera en la entrada. Que mono, y a la vez que raro. Un carraspeo me saca de mis pensamientos.
- Habitación 86, segunda planta.
En cuanto lo oigo salgo corriendo.
-¡Denada!- Me grita, esperando que le agradezca el haber buscado la habitación de mi padre.
No me molesto en darselas. No me gusta que me saquen de mis pensamientos. ''Estaba feliz en mi mundo sin idiotas como tú'' la respondo en mi mente, con un poco de humor. Me limito a subir las escaleras corriendo. Lo máximo que me permiten las piernas.
Miro los números de las puertas mientras corro y las leo en voz baja
- 89... 88...87...- Esquivo una camilla a ultima hora y entro de golpe en la habitación de mi padre.
- La gente normal llama antes de entrar, ¿Esto es lo que te he enseñado yo?- Es mi padre el que habla. Hago como que no he oído que me ha llamado maleducada:
- La gente normal dice ''hola'' cuando ve a alguien.- Sonrío con indiferencia.
- Hola, Emma. ¿Ves? Lo mío tiene arreglo.- Me mira imitando estar decepcionado con mi acción anterior.
Me siento en su camilla cuando veo que se aparta lentamente para dejarme sitio.
- ¿Como te encuentras?
- No te voy a mentir. Cada vez me siento peor. Cada vez me cuesta más abrir los ojos.- Y no miente. Se le notan las ojeras. Y la voz... tan débil...
- ¿Qué te ha dicho el médico?
- La vala me ha llegado a el estómago. Ha dicho que he perdido mucha sangre.
Hace una pausa después de seguir. Mira hacia otro lado intentando buscar las palabras exactas. Sabe que lo que va a decir a continuación no me va a gustar:
- Te diré la verdad. Nosé si voy a salir de aqui, Emma. No losé. Ya eres mayor para entenderlo.
Le cojo la mano y se la aprieto fuerte.
- No papa, Como que me llamo Emma Martini que tu no te vas. Tienes que volver a casa. Con mama y Nicky.- Una lágrima asoma por mis ojos, haciendo que me quebre la voz y que lo que estoy diciendo no suene muy creíble.- Vas a volver.
- Emma...
En ese momento me mira la mano. Su rostro cambia completamente de expresión. Su rostro se ensombrece, y los ojos, que antes mostraban tristeza y desesperación se tornan alarmantes. Me abre la palma de la mano y la observa con detenimiento.
- Papa... ¿qué pasa...?
- ¡Emma! ¿Cuando ha sido?- Me aprieta cada vez más la mano. Su voz es firme, ya no tan quebrada.
- Nose... no me acuerdo...- Me estoy agobiando y con tantas emociones juntas no puedo ni pensar ni hablar.
- ¡Emma!¡Piensa!
- La mañana que viniste al hospital. ¿Que pasa?
- ¡Cuida de Nicky y de mamá!. Estais en peligro. ¡Emma! Esto es muy serio.
Le miro desconcertada mientras observo como repite todo el rato ''mierda, mierda, mierda...''.
- No me asustes papá...
- Tienes que escucharme... Hay alguien que te podría ayudar... Pero tienes que estar segura de que es esa persona... Podría ser cualquiera.
- Papá, no entiendo nada.
- Escucha. Hay una historia que tiene todas las respuestas. Encontrarla es lo que tendrás que hacer. Esa persona de la que te hablo te ayudará.
-Vale papá.- En realidad no entiendo nada. Se estará volviendo loco con todas las medicaciones que le suministran. Decido llevarle la corriente.
- Recuérdalo, no puedes confiar en nadie. En nadie. Busca a la persona adecuada cuanto antes. Corre. Te explicara esto.- Y cerrandome el puño, me hace un gesto para que me vaya.
- Te quiero papá.
- Y yo, Nicky. Recuerda. El más cercano puede ser el enemigo, y solo una cosa te ayudará a controlarte.

Oído esto salgo. Está más mal de lo que pensaba. La verdad es que no he entendido absolutamente nada. Pero no le quiero llevar la contraria. ¿Que estamos en peligro?¿Porqué será que esto me suena? La carta.
Hay algo en todo esto que se me escapa no se porqué.
Estoy a punto de salir cuando recuerdo una cosa. ¿Que es eso de "solo una cosa te ayudará a controlarte"? ¿Debería volver? Sí, será lo mejor. Así podrá explicarme todo de nuevo.
Subo a la segunda planta, cuando me doy cuenta de que algo no va bien. Un médico corre hasta el final del pasillo, con una carpeta. Después de él va otro. Se oyen gritos de ayuda desde alguna parte. Me empiezo a poner algo nerviosa. Otros dos médicos se dirijen hacia donde han ido los dos anteriores. Dos palabras hacen que algo se desate en mi interior.
''Rafa Martini".
Una alarma explota en mi interior. Mi corazón acelera. Los latidos que desprenden se vuelven cada vez más continuos. A la vez que mis pasos. Que cada vez se aceleran más. Hata el punto de correr como una loca hasta la habitación en la que espero encontrar a mi padre diciendome ''Emma, ¿cuantas veces te voy a tener que repetir que se llama antes de entar?'' con su humor habitual. En cambio, en cuanto me asomo a la puerta, veo a tres médicos al rededor de mi padre, ahora con los ojos cerrados. El cuarto, está anotando algo en sus hojas.
Y un leve pero significativo sonido hace que todas mis esperanzas se desomoronen hasta quedar pisoteadas en el brillante suelo del hospital. Un pitido. Un sonido que significa tantas cosas. El final de tantas cosas. El final de la vida de mi padre junto a la mía.


lunes, 23 de septiembre de 2013

4º Capítulo


**4º Capítulo**



Y aquí estoy yo. Embobada mirando la puerta entreabierta. Como si nada existiera. Mirando a la nada. Sin pensar en nada. Otra vez de vuelta a mi mundo.
Mejor me decido ya. La abro o no. Podría huir. Evitar los problemas. Es lo que siempre hago. Mi madre y mi hermana descubirían si hay algo extraño ahí dentro o no. O podría entrar. Enfrentarme a ello. Me decanto por esa idea.
Dejo mis temores a un lado y abro la puerta. Todo a primera vista parece normal. Todo está en su desorden habitual. Pero algo en mi armario llama poderosamente mi atención. Hay una especie de nota colgada en la puerta de roble de mi armario. Sujetada por nada. Haciendo caso omiso a la gravedad. ''Muuuuuy bien. Yo no me atrevo a entrar por una simple nota y encima la carta esta colgando del armario mediante... nada.'' pienso. ¿Me estaré volbiendo loca? El rayo que ahora se extiende por todo el dedo hasta llegar a la palma de la mano y ahora esto. Muy lógico todo. ¿Porqué me pasa esto a mi? Igual es eso, me estoy volbiendo loca.
Decido preparar la comida, comer e irme a dormir directamente.
Demasiadas cosas en un solo día. Preparo los espaguetis y las chuletas y llamo a Nicky para comer. No hablamos nada en toda la comida. El ruido de la tele y el zumbido de una mosca de fondo. Nada más. Casi silencio absoluto. Como si estuvieramos mudas y nuestras cuerdas vocales no puedieran pronunciar nada. Como si de un funeral se tratase. Ni si quiera un alago de lo mucho que le gustan mis espaguetis, como siempre. Debe de estar tan afectada como yo por lo de papá...
Me meto en la cama sin ni siquiera quitarme la ropa. Estoy demasiado cansada, demasiado agotada. Física y mentalmente. Desearía olvidarme de todo. Volver a empezar. Hacer una vida nueva. Olvidarme de este dia. Eliminarlo de mi mente y volver a vivir el día de ayer. Me encuentro muy confusa. Poco a poco los párpados me pesan más. Tan solo el sonido de mi respiración es audible para mí en estos momentos. Cierro los ojos completamente y me sumerjo en el mundo de los sueños. En el mundo en el que todo es posible. En el que mi padre pasea de mi mano, limpia, sin marcas. En el que mi padre pasea con una Emma sin preocupaciones. Pero ese sueño se convierte en algo oscuro, que me envuelbe y me hace desaparecer...
A la mañana siguiente me levanto hecha un nudo entre las sábanas. He tenido una pesadilla. Alguien me repetía algo. Lo cual no logro recordar. Algo escalofríante.
Ultimamente nada es normal asique no le doy mucha importancia. ¡La nota! Con tanta tontería se me ha olvidado leerla. Lo que me planteo ahora es si soy capaz. No me hace mucha emoción austarme. ¿Pero que puedo perder? Coloco la mano sobre ella y no ocurre nada. Más bien ocurre lo que tendría que haber ocurrido desde el principio. Se cae al suelo. Sobre el papel aparecen letras. Letras legibles, las cuales antes no estaban. Han aparecido nada más posar el dedo sobre el papel...
Lo recojo hábilmente y me dispongo a leerlo:


Emma, tú no me conoces. 
Ni necesitas hacerlo. 
Alguien está en peligro.
Ningún lugar es seguro.
Solo recuerda una cosa:
no confíes en nadie.
En nadie.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es la última frase.

Tu padre no ha sido el último.

¿Qué? ¿Como que mi padre no ha sido el último? Todo es muy desconcertante... La nota... ¿De quien es? ¿Porque me escribe? ¿Que está pasando? Muchas preguntas y ni una sola respuesta. Típico. ¿Porqué siempre es así? ¿Porqué la vida se empeña en ponermelo todo más dificil? Claro, porque me odia. Es como si yo estubiera a parte de el resto de adolescentes y me tuviera reservado todas las cosas mas desconcertantes y confusas.
Y como muchas otras veces he hecho, decido apartarme de todo. Dejar atrás los problemas que me depara la vida y seguir adelante. Guardo la nota en un cajón, y al momento que separo mi mano de ella, las letras desaparecen. Sí, me estoy volbiendo loca, definitivamente. 
Antes de tirarme toda la mañana aburrida en el sofá prefiero ir a ver a mi padre. Me apetece tanto verle... Le hecho de menos. Aunque solo he pasado sin verle un día, ya le hecho de menos. Pero no es solo por eso... Hay algo más... Algo en la nota me resulta familiar. 
No consigo recordar el qué.
Y quizá él sepa algo.






Hace tiempo que no subo capítulos. Losé. Pero ya he vuelto. Quería decir que me he planteado el dejar la novela por varias críticas que he recibido y porque no recibo mucho apollo. Sospecho que ya nadie lee mi novela. 
Por si alguien lee esto, quería decir que me lo comenteis y que el siguiente capítulo puede que os sorprenda...


martes, 3 de septiembre de 2013

3º Capítulo


***Capítulo 3***


  Corro las cortinas para que las extrañas huellas negras no queden al descubierto. Listo. Salgo de mi habitación y me encuentro con Nicky esperandome en la puerta de la entrada, jugueteando con su móbil. Cuando me ve, se lo guarda en el bolsillo de su chamarra gris. No se despega de ella.
-Nicky, ¿has cogido la toalla para quitarte la nieve de la cara?- Le amenazo.
Ella no puede evitar reirse.
-Supongo que sigues pensando que tienes alguna oportunidad contra mí- dice con un aire de superioridad, mientras abre la puerta de la entrada y se dispone a salir. - Si es así, lo llevas clarinete.
Soy yo la que se ríe.
-No solo lo pienso. Estoy segura de ello. Es más, si quieres te espero a que vayas a por la toalla.
-Venga, dejémonos de tonterias. Vamos. ¿Has cerrado todas las puertas?
-Sí. - le respondo después de cerrar la puerta marrón que lleva a mi habitación. Ese lugar en el que paso la mayor parte del día.
  Las dos salimos al pasillo de fuera que lleva a las escaleras. Mi madre se ha ido después de desayunar a trabajar. Trabaja en un supermercado que abre las 24h del día, es la que se encarga de todo. Por eso muchas veces se tiene que quedar por las noches. Cuando éramos pequeñas, practicamente no venía por las noches y por eso, era mi padre el que estaba con nosotras, nos preparaba la cena, nos leía un cuento para dormir y nos arropaba en la cama. Ese es el motivo por el que me siento más unida a mi padre que a mi madre, a pesar de que a ella también la quiero mucho. Una madre es una madre.
  Justo antes de cerrar la puerta de casa oigo un ladrido en el interior. Y luego otro. ¡Ron!. Me olvidaba de el. Vuelbo a entrar y cojo la correa que cuelga de un perchero al lado de los abrigos y doy un fuerte silvido metiendome el dedo índice y el pulgar en la boca. Espero aque venga y le pongo la negra correa de cuero alrededor de el suave pelage blanco que cubre su cuello. Le acaricio por encima del ocico y por debajo del cuello.
- Casi me olvido de tí, Ron.- Le acaricio la tripa al ver que se pone boca arriba con las patas estiradas. Como adoro a este perro.
- ¿Crees que podrás perdonarme?.
Me responde poniendose depié y dando un fuerte ladrido.
- Bien, pues ya estamos listos- interviene Nicky.
  Bajamos corriendo más que andando las escaleras que nos separan de la libertad. Cuando llego abajo me miro en el espejo de la entrada. Me coloco bien el goro y me pongo mi largo flequillo con una ralla al lado, dejando al decubierto mis ojos verdes. Por fin puedo ver algo. Abro la puerta que da a la calle. Vuelbo a notar la frescura del invierno. Es lo mismo que he sentido cuando he abierto la única ventana de mi habitación, es por lo que amo el invierno.
  Cuando doy un paso en la blanca calzada empieza a nevar. Una nieve fina y suave que, cuando levanto la mano con la palma hacia arriba, los copos se derriten en mi mano, refrescandola. Observo como Ron corre con la lengua fuera y con la cola agitada, hacia la nieve y se rebuelca en el suelo. Girando sobre su cuerpo. Da la sensación de que no nota el frío, aunque claro, es un husky, nació para el frío.
  Camino un rato junto a mi hermana y mi fiel compañero observando el paisaje. En el pueblo en el que vivimos no hay mucho que ver. Está situado en la costa de Valencia. Apenas tiene unos 10.500 habitantes, aunque la mayoría son jovenes. Cómo no, estando al lado del mar, me tuve que aficcionar al surf. Lo llevo haciendo desde que tenia unos cuatro o cinco años. A esa edad me subí por primera vez a una tabla de surf. Vivo para esto. Amo el surf. Cuesta creer que solo tenga una tabla. Aunque sea un poco vieja es insustituible para mí, a pesar de que mi madre se ha querido deshacer de ella en muchas ocasiones.
  No creo que pudiera hacer otra cosa que no sea el surf. Aparte de dibujar. La sensación de libertad que te transmite la tabla cuando atraviesas las olas, es especial. No lo cambiaría por nada. Algo me golpea por detrás. Saltan las alarmas en mi interior. Me doy la vuelta y veo a mi hermana con una bola de nieve en la mano que ha remplazado a la que ahora está estampada en mi espalda. La miro y me sonríe satisfecha. La señalo con mi mano cubierta por un guante de cuero.
- Pagarás-sonrío.
  La persigo por el parque hasta que recivo, nuevamente un golpe causado por un niño de unos 12 años que me ha tirado una bola de nieve. Sospecho que él y mi hermana estaban compinchados. Otros cuantos niños se unen a él y me empiezan a aporrearme a bolas de nieve. Uno de ellos logra darme en la cara. Me quito la nieve torpemente después de esconderme detrás de un árbol. ''Lo lamentarán'', pienso mientras sonrío. Me dejo caer en la fría nieve, arrastrando la espalda por la gruesa corteza del gigantesco árbol. Me aparto el flequillo mientras veo cómo mi hermana llega corriendo y agachada detrás de unos setos hasta donde yo estoy seguida de unos niños.
- ¿Qué es todo esto? No sé que demonios les he hecho a esos mocosos.- Digo, enfurruñada.
- He quedado con ellos para hacer una guerra de nieve.- Dice cruzando los brazos.- Estos vienen con nosotras.- Dice señalando al grupo de niños que estan detras de ella. Hay tres chicas y cinco chicos. Todos de doce a catorce años. Se les ve concentrados, no asustados o nerviosos por lo que el otro equipo pueda estar preparando.- Asique, ¿te apuntas o vuelbes a tu aburrimiento de habitación?
-Mmm,- me rasco la barbilla haciéndoles creer que estoy pensando. En realidad estoy ansiosa por repartir bolas de nieve a esos críos.- De acuerdo. Me consta que sin mí no haríais nada. No quiero dejar sin protección a unos pequeñajos. Luego pasa lo que pasa.- Les sonrío con indiferencia. Me levanto mientras veo como me sacan la lengua y se ríen y me sacudo la nieve de mis pantorrillas y mis pantalones.
  Trazamos un plan y nos dirijimos al centro de la plaza, donde se supone que iba a ser la guerra de nieve. En una milésima de segundo una docena de niños y niñas asoman sus caras de entre unos matorrales, y lo que antes era un parque en el que los jubilados pasaban su tiempo libre dando de comer a las palomas y los niños jugaban al escondite después de salir del colegio, se convierte rápidamente en un escenario de bolas de nieve volando y quedando estampadas en las caras de los eufóricos niños y gritos de diversión.
  ¿Hace cuánto no me lo pasaba tan bien? Quién iba a decir que una aburrida mañana de sábado se iba a convertir en el mejor día del invierno gracias a unos críos a los que les saco más de dos años. Una bola de nieve alcanza mi cabeza quitandome el gorro de lana que llevaba puesto. He bajado la guardia un segundo y ya me la han jugado. Nota mental: estar siempre alerta. Me pongo de cuclillas rápidamente para esquivar cualquier prollectil de nieve que pudiera venir hacia mi. Giro la cabeza en todas direcciones, buscando con la mirada mi preciado gorro de lana. Al fin lo diviso a unos cuantos metros de el lugar en el que me encuentro yo sentada. Me levanto ágilmente, recorro la distancia que me separa del, ahora congelado gorro, y lo cojo con mis entumecidos dedos. Los guantes no calientan mucho, asique me los quito. Me lo coloco bien, en el sitio en el que estaba antes de salir disparado y me acaricio el flequillo poniendomelo bien. Pongo las manos en forma de cuenco, me tapo la boca con ellas y soplo, haciéndomelas entrar en calor. Giro sobre mis talones y cuando me dispongo a volber a la batalla que se ha formado, en el único parque del pueblo, algo me agarra de la desnuda mano. Dirijo la mirada a lo que me tiene sujeta y me encuentro con la mirada vacia de una mujer mayor. Parece que el tiempo la ha pasado factura. Tiene el pelo cubierto de canas. Hasta el más fino cabello es blanco. Con el paso de los años la espalda le ha adoptado una forma curvada y su rostro esta plagado de arrugas cual olas en una playa de la costa.
  En un instante su mirada adopta una expresión de alarma, me aprieta con mas fuerza la mano, después de examinarmela se va agitando sus desaliñadas ropas semejantes a banderas ondeando al viento, se aleja hasta sentarse en un banco cercano. Mete la mano en un bolsillo desgastado y deshilachado y saca un papel blanco con maravillosos bordados en cada extremo. Llama la atención que una señora con semejantes atuendos tenga un pañuelo tan bonito como ese. En él hay unos granos amarillos que coje y lanza al aire, que después caen esparcidos en el suelo.
  En un momento, una bandada de palomas y gorriones llegan al festín.
  Nada me parece extraño hasta que llega algo que me hace retroceder. Una paloma. Ya la he visto antes. Sus ojos blancos e inexpresivos la delatan. Me da un vuelco al corazón al comprobar que es la misma paloma que esta mañana a entrado en mi habitación y ha dejado sus huellas grabadas en el marco de la ventana. Levanto la mano y observo detenidamente la especie de rayo negro que tengo marcada en la llema del dedo índice. Sí, para mi desconsuelo sigue en el mismo sitio. La señora... Me lo ha agarrado justo en el lugar del rayo. No me ha gustado nada. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo de una manera muy extraña. una cosa es segura. No es a causa del frío.
  Vuelbo al campo de batalla. Cuando me empiezo a marear decido que ya es hora de regresar a casa. Hago caso omiso a todos los preyectiles de nieve que van a parar a mi chamarra y llego dando tumbos hasta donde esta Nicky.
- Venga, nos vamos a casa. -Le digo, agarrandole del brazo y tirando de ella.
- No, todavía no. -Me suplica, un tanto abrumada por la fuerza con la que le he cojido del brazo- Estamos a punto de ganarles. ¿No querrás que perdamos?.
- Lo único que quiero en estos momentos es no caerme al suelo. La cabeza me da vueltas. La guerra de nieve me trae sin cuidado. - Le vuelbo a agarrar, esta vez un poco más suave aunque con firmeza- ¿No creeras que no va a nebar más? - le digo, imitando el tono sarcástico que ha adoptado ella en su anterior pregunta.
  Me llevo el dedo índice y el pulgar a la boca, formando un círculo y silbo todo lo fuerte que mis pulmones me permiten. Y vuelbo a marearme. Ron no tarda mucho en venir. Sortea varios arbustos agitando su suave melena blanca al viento.
 Cruzo la calle agarrada ahora, por el congelado brazo de mi hermana y empujada por el insistente Ron, que no cesa de pedir caricias. Atravesamos un par de manzanas en las mismas condiciones hasta llegar a nuestro hogar. Es una casa bastante grande, con la fachada cubierta de blanco, con tonos grisáceos. Está formada por tres pisos. Y sí, nosotros teníamos que vivir en el tercero.Un cerco negro, cubierto de enredaderas rodea nuestra casa, protegiendonos de cualquier intruso. Me llevo la mano al bolsillo y saco un puñado de llaves. Tras varios intentos, consigo dar con la adecuada, y, cómo no, en vez de tirar, empujo. Me tengo que plantear el ponerme un cartel con la orden ''tirar''. Atravieso el jardín con paso seguro, observando las preciadas flores de mi madre que hay a cada lado del pedregoso camino.
- Bueno, Nicky. Vamos a cambiarnos y ya preparo yo la comida. Vete a descansar si quieres. Aunque no te acostumbres mucho ¿eh?- Le giño el ojo y ella sonríe, antes de ir corriendo al salón y dejarse caer en el mullido sofá.
  Mi habitación, está al lado de la puerta de la entrada. Dejo caer las llaves al suelo justo cuando las iba a colgar en su armario, al lado de la puerta de mi habitación. Me quedo con los ojos abiertos, como platos, y sin una mínima capacidad de mover un solo musculo. Empiezo a recordar lo que hize antes de salir da casa. Estoy segura de que cerré la entrada a mi habitación. Pero, en cambio, se me ponen los pelos de punta al comprobar que alguien a estado en mi habitación, y se ha dejado la puerta abierta.



Espero que no os halla decepcionado.
Si quereis decidme lo que penseis mediante los comentarios y yo os responderé, lo mejor que pueda, por correo. No pregunteis porqué, pero no me deja responderos en ''comentarios''. Si, yo también he pensado en tirar el ordenador por la ventana. Cada cosa a su tiempo. jaj

viernes, 23 de agosto de 2013

2º Capitulo



*** capítulo 2 ***


Hay días malos y días buenos. Hoy es realmente un mal día. Aunque no puedes pretender que todos los días te salgan redondos. Nada en esta vida es tan fácil como querer que algo no suceda, y que no lo haga. Pero tampoco es muy emocionante, por decirlo así, que disparen a alguien de tu familia. Alguien que significa tanto para ti...
  Llego a mi habitación. Le echo un vistazo rápido. No esta ordenada, ni mucho menos. La cama esta sin hacer y todos los objetos de mi mesilla están o caídos o en sitios que no deberían estar. Una Torre Effiel en miniatura, que conseguí agenciarme, -porque era para mi hermana- de París, esta tumbada junto a un gran número de cosas, encima de una pila de libros, probablemente de cuando estaba en primaria. Seguramente valla con el despertador a la basura. Es algo que tendré que hacer cuando tenga algo de tiempo; ordenar la habitación. Aunque tampoco me hace mucha ilusión. En una esquina tengo un cesto donde echo la ropa sucia. Da la sensación de que toda mi ropa este allí. Pero en fin... Otra de las muchas cosas que tengo que hacer...
  Las paredes, cubiertas de blanco, están decoradas con preciosos y abundantes cuadros. Todos tienen su sitio en la pared, siguen un orden, un patrón para colocarlos. Cada marco adorna cada cuadro a la perfección. Son cuadros que hice yo de pequeña, cuando iba a un taller de arte con mi mejor amiga al lado del colegio. Me lo pasaba muy bien con ella, aunque la mitad del tiempo terminábamos con las manos llenas de acuarelas, que luego nos esparcíamos la una a la otra por nuestras sucesivas caras. Noto una punzada en el corazón al recordar con quién fui, a la tienda ''street art'' para elegir un marco para mis cuadros. Con mi padre. Si la pasara algo... No. No puedo pensar eso. ''Todo saldrá bien'' me repito. Aunque algo en mi interior me dice que no será así.
  Decido vestirme para salir. Ya es hora. No quiero hacer esperar a mi hermana.
Mi armario es un completo desastre. Es de extrañar porque la mayoría de mi ropa esta en el cesto de la colada, pero aún así me las arreglo para tener el armario desordenado. Tengo un don. Solo se me ocurre eso.
  Ordeno la ropa que queda en mi armario como puedo: las camisetas, los pantalones largos, los cortos, la ropa interior... Tofo colocado perfectamente doblado encima lo uno de lo otro, tal y como me enseñó mi madre. Cuando termino me quedo satisfecha de mi trabajo.
  He pasado varios días sin doblar las camisetas y demás prendas. Simplemente, me las quitaba y las tiraba al fondo del armario. Mi es un alivio que mi madre no halla entrado a mi habitación durante estos días de desorden. Sonrío. Se pondría a gritar como una loca. Es lo que siempre hace.
  Escojo una camiseta cualquiera y me pongo un jersey que me regalo mi abuela encima. Es el pasatiempo de todas las ''viejeciitas'', aunque no les guste que las llamen así; hacer punto. Todos los jerseys que tengo me los ha hecho mi abuela. Teje verdaderamente bien, con unos detalles maravillosos. Hubo una vez en la que intentó enseñarme a ejercer su hobi, aunque he de admitir que lo mio es dibujar y hacer surf, no tejer. Estuvimos un par de horas intentado meterme la idea en la cabeza, hasta que mi abuela se dio por vencida.
  Después de ponermelo cojo unos leggins térmicos. Hace mucho frío, menos cuatro grados. Cojo un par de calcetines gordos, y unos guantes, gordos también, cómo no. Finalmente cojo la chamarra forrada con piel por dentro, y los zapatos. Me lo abrocho todo bien y ya estoy lista para salir. ¡Casi se me olvida! Voy a otro armario y me pongo una bufanda y unas orejeras, también hechas por mi abuela.
  Me dirijo a la ventana y la abro. Un aire gélido pero reconfortante inunda mi habitación al instante. Estaba empezando a sudar con tanta camiseta y abrigo. Noto como se me empieza a congelar la punta de la nariz. Me la froto un poco con los dedos hasta que vuelve a su temperatura adecuada. Adoro el frío. No puedo soportar el calor y la humedad que trae consigo el verano. No entiendo porqué a la gente le guste tanto el verano. Es agobiante. Esa es la palabra. Agobiante.
  Hecho un vistazo rápido al paisaje antes de ir a por mi hermana. Desde mi casa se ve la plaza del pueblo, antes cubierta por la hojarasca de el otoño y ahora por una capa de gruesa nieve a causa del invierno. Observo como unos niños hacen un muñeco de nieve. Les está quedando realmente bien. Justo cuando le van a poner la zanahoria a modo de nariz, una niña montada en un trineo de nieve se estampa contra el casi acabado muñeco. Empiezo a reírme. Ha sido una buena parada. Otros dos niños se tiran en trineo por una rampa cubierta de nieve, esta vez sin ningún muñeco que les impida el descenso.
  Como les envidio. No tienen que preocuparse por nada. Solo por salir ahí y pasárselo bien. Jugar, divertirse. No tienen ninguna clase de presión, ni nada por lo que sentirse estresados. Ojalá yo fuera como ellos. Ojalá pudiera salir ahí y pasármelo igual de bien que ellos. Con ellos. Pero hay que aceptar que el tiempo pasa para todos. Lo quieras o no. Yo hubiera preferido no crecer. ¿Porqué no? Ser una niña sin preocupaciones para siempre. Daría cualquier cosa...
- ¡Emma! Creía que no te ibas a perder la guerra de nieve. Tendré que ir sin ti- Nicky me saca de mis pensamientos. Se me había olvidado la guerra de nieve. Puede que al final sí que me lo pase como una niña. Aunque sea por un momento.
  Justo cuando me dispongo a cerrar la ventana una paloma negra como la misma oscuridad se posa en el marco de la ventana, al lado de las flores que la decoran. Dirijo la mirada hacia ella y un escalofrío recorre mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta mi pelo da la nuca. Sus ojos, completamente blancos, están fijos en mí. De pronto empieza a graznar. Es un sonido espantoso. Si hubiera algún vaso en mi habitación ya estaría hecho añicos. Da la sensación de que es un aviso. Una alarma.
  La paloma calla de repente, y tras dar una vuelta por mi habitación y tirar la lámpara de mi mesilla de roble, sale disparada por la ventana, que tras su marcha, se cierra de golpe.
  Debo reconocer que me he asustado un poco. Nunca había visto una paloma negra como la que acabo de ver. No es normal. Todo a mi alrededor empieza a dar vueltas, a girar, como si estuviera en un tiovivo que gira cada vez mas rápido, con más intensidad. Respiro. De el miedo se me había olvidado respirar. Todavía estoy un poco rígida por lo que acabo de ver, y al estirarme me mareo un poco. Me ha mirado con sus ojos blancos, faltos de expresividad, de una forma que no me ha gustado nada. En ese momento, el mismo escalofrío que ha recorrido mi cuerpo en el momento en el que la paloma me ha dirigido la mirada, vuelve a sacudir todas y cada una de mis extremidades, haciendo que todo el vello se me ponga de punta.
  Me acerco a la ventana y compruebo que en el mismo sitio que ha estado la extraña paloma, han quedado grabadas las formas de sus huellas. Me armo de valor y me aproximo más, dispuesta a tocar esas marcas negras, como su creadora. Mantengo el dedo índice apoyado hasta que me abrasa la huella dactilar. Lo aparto rápidamente cuando mi cara dibuja una mueca de dolor, y suelto un debil grito. Quema. Quema mucho. Me llevo el dedo a la boca tratando de aliviar el dolor que me ha causado esa extraña huella. Después de unos segundos le hecho un vistazo. Tengo el dedo al rojo vivo y, cuando lo rozo con el pulgar, un dolor abrasador recorre la zona quemada. Pero lo peor no es eso. Justo en el medio, una grieta negra cruza la yema de mi dedo, en forma de rayo.
  Todo esto es muy raro, ¿estaré soñando?. Sería lo más lógico, aunque compruebo, aterrorizada, que no es así, cuando noto el fuerte pellizco que me he dado en el brazo para comprobar que estaba despierte y toda esta historia no es fruto de mis sueños. De mis pesadillas, más bien. Todo esto me da mala espina. Me da la sensación como que esto no me esta pasando a mi. Como que todo esto es una película y yo la que está sentada en el sofá viéndola, como muchas veces he hecho con mi familia en las tardes en invierno. Pero aquí estoy, en mi habitación, aún de piedra, viendo como un rayo negro me atraviesa el dedo, fruto de unas huellas abrasadoras, dejadas por una paloma negra azabache con unos intimidantes ojos blancos cual la nieve que cubre mi pueblo, en pleno diciembre.

1º Capítulo


***Capítulo 1***

  ¡¡RIIIING!! Me sobresalto. Maldito despertador. ¿A quién demonios se le ocurriría inventar un cacharro así?. El mundo sería mucho mas feliz sin ellos. Sin despertadores. Estoy segura. Todo sería mas sencillo sin ningún horario u hora a la que levantarse. No habría ningún problema por llegar tarde a clase y poner la típica escusa de ''Lo siento, me he dormido''. ¡RIIIING! Sigue sonando. Me pregunto por qué sigue todavía en mi mesilla, apoyado en la pared blanca que cubre mi habitación, y todavía no se me a ocurrido tirarlo por la ventana. Seria fácil. Solo tendría que mover el brazo y lanzarlo. La gravedad haría el resto. Sería fácil, sí. Aunque el castigo de mi madre y un nuevo despertador me lo llevaría sí o sí. Mi cara adormecida esboza una sonrisa. Mi madre es muy cabezota y no pararía hasta que yo cediera a comprar un nuevo despertador. Uno nuevo y más pesado, para que la historia no se volviera a repetir.
  Giro sobre mi cuerpo y acabo hecha un nudo con mi pijama. ¿Por qué cuando yo giro, mi pijama no gira conmigo?. Nunca lo entenderé. Deberían dejarse de tonterías de móviles nuevos y plantearse como solucionar este problema. Aunque la verdad, es que yo ya estoy acostumbrada.
  Consigo liberarme de mi atadura, dejo la mano colgando fuera de la cama y agarro una zapatilla. Meto la mano en la zapatilla, de modo que parece un pie. Me encantan estas zapatillas. Son rojas. Nada más, rojas. Me las regalo mi padre. Siempre he jugado con el cuando yo era pequeña, y la verdad es que hacíamos buena pareja en los juegos. Tiene un sentido del humor especial, que te hace reír diga lo que diga. No hay muchos como él, pienso yo. Es moreno, con unos ojos oscuros que no se parecen a cualquier otro. Aunque siempre me hace unos regalos absurdos, pero la verdad es que he acabado cogiendoles cariño. Parte de ese aprecio que las tengo es porque son de piel por dentro, y eso en invierno viene que ni pintado. La levanto con la mano y la estampo contra el despertador, poniendo fin a su canturreo.
  Silencio. Al fin.
  Me quedo un rato, adormecida en la cama. Después de unos diez minutos medio dormida algo húmedo roza mi pie. Es Ron. Nuestro husky. Mi padre nos lo regalo el verano pasado. Tras tantas suplicas al fin accedió a comprarlo. Ahora me sigue a todas partes, y le tengo mucho aprecio. Me siento en el borde de la cama, y acaricio con una mano la colcha. Espero dos minutos y me levanto. Tengo algunos problemas; si me levanto rápido o con brusquedad, la cabeza me da vueltas. No es nada agradable. Me he llegado a desmayar tres o cuatro veces. Una vez, me levante corriendo para ir a desayunar. Cuando llegué a la cocina me dolía horriblemente la cabeza, y todo a mi alrededor daba vueltas, era semejante a estar dentro de una lavadora. Y acabé desmayándome. Mi hermana y mi madre me llevaron hasta mi habitación, y, después de unos cinco minutos, me desperté. Lo primero que vislumbré fue la cara de preocupación de mi madre, que no me dejó salir de casa en todo el día.
  Camino hacia el pasillo. Cualquiera que me hubiera visto en estos momentos habría jurado que era sonámbula. Mi pelo castaño se enreda alrededor de mi cara, tapando así mis ojos verdosos. Suelen decir que tengo unos ojos bonitos, pero yo no les veo la belleza. Aunque para gustos, los colores. Me peino con los dedos, y me lo aparto de la cara, dejando mi tez al descubierto, al fin.
  Me dirijo a la habitación de mi hermana. Preferiría dormir en su habitación. Está cubierta de un papel color violeta, que termina en una cabecera perfectamente adornada. El colchón, de un material de la mejor calidad, es de los mejores que he probado, y esta cubierto por unas sábanas conjuntadas con el color de la pared. En la mesilla, colocada a un lado de la cama, guarda todo tipo de recuerdos de las ciudades a las que hemos ido; Roma, París, Nueva York, Venecia... Todo en su habitación es perfecto. Tampoco es que sienta mucha envidia, por supuesto que la suya es mucho mejor, pero no soy de esas personas que quieren todo. Cuando se cambió de habitación le compraron todo lo que quiso porque en ese momento teníamos una buena situación económica. No es que ahora no la tengamos, pero la de antes era superior.
  Antes dormíamos en la misma habitación. Por las noches ella se metía en mi cama y nos contábamos todo lo que habíamos hecho durante el día. También intentábamos nuestras propias historias. No estaba nada mal. Cuando mi madre venia y nos pillaba jugando la mandaba a su cama. Ahí era donde se acababa el juego. Pero pronto solucionamos eso. Las ultimas noches antes de cambiarse de habitación, estuvimos poniendo un oso gigante que gane en la feria del pueblo en su cama, para que pareciera que era ella. Era muy gracioso. Apenas podíamos contener la risa cuando mi madre llegaba y no se daba cuenta de que ella estaba en mi cama.
  Nos parecemos mucho. Nos lo suelen decir. Las dos somos castañas con ojos verdes, pero yo le saco dos años. Ella tiene catorce, y yo dieciséis. Es una pequeñaja, pero es mí pequeñaja. No nos podíamos parecer en todo. Ademas ella siempre consigue lo que se propone. Ami me da igual, nada es importante, hay que vivir cada día como si fuera el último, lo demás no importa.
  Abro la puerta con cuidado para que no se percate de mi presencia. Le levanto la sábana a la altura de los pies, dejandoselos al descubierto. Bien, no se ha despertado. Continuo con mi plan malvado. Me río en silencio, mientras le rozo la yema del dedo contra la su talón, recorriendo así todo el pie. Se empieza a mover. Paso al pie derecho y sigo Haciéndole cosquillas. Ya se despierta. Es hora del toque final. Me lanzo encima de ella y empiezo a hacerle cosquillas donde mas le fastidia: en la tripa. Mi padre me lo hacia a mi cuando era pequeña. Y cuando ella creció nos lo hacia a las dos mientras le suplicábamos que parara ''Papa, por favor. Jajaja para, que tengo pis'', le rogábamos a mi padre.
  Mi hermana, Nicky, no puede parar de reirse. Justo lo que quería.
- Emma, para- suelta una larga carcajada- para, por favor- y vuelve a reirse. Me encanta su risa, es de esas que si la oyes, te empiezas a reír tu también. No hay muchas como la suya. Yo no me suelo reír con muchas personas. Solo con las que merece la pena gastar el tiempo. Mi hermana es una de esas personas. La quiero.
- Si quieres que me pare, me tendrás que dar algo a cambio.
- Me estas intentando chantajear- dice forcejeando.
- Mas bien estoy intentando llevarme la mitad de tu desayuno, a cambio de dejarte con vida- la digo haciéndole aún mas cosquillas.- Si, puede que te este chantajeando, pequeñaja.
- No me llames así.
- Vale,- sonrío- Pequeñaja.
  Le hago todas las cosquillas posibles hasta que acabo con las manos doloridas. Las sacudo unas cuantas veces mientras le digo:
-¿Que? ¿Ya has decidido aceptar mi ''chantaje''?  ¿O quieres que continue torturandote?- Le amenazo poniendo las manos en forma de garra.
- Te doy una de mis seis oreos.
- No me conformo- Me inclino un poco hacia ella, sonriente.
- ¡Dos! ¡Te doy dos!.- Exclama cojiendo la almohada intentando alejarme con ella.
- Tres y hago como que no he notado ese golpe que me acabas de dar con la almohada. Eso incrementaria con creces el numero de cosquillas.- Le giño un ojo. Nos lo pasamos genial juntas.
  Ella se encoge de hombros.
- Como desees. Tres, ni una mas ni una menos.
- Me esta empezando a apetecer una mas....- Digo con suficiencia.
- ¡Tres!- Me vuelve a dar con la almohada mientras se ríe al ver como exagero el golpe, parpadeando varias veces.
- Lávate esa cara de zombi que llevas. No vaya a ser que asustes a Daniel.- Me burlo de ella. Se conocen desde preescolar. Yo creo que son algo mas que mejores amigos. Van juntos a todas partes y no se separan para nada. Aunque no se acercan lo suficiente como para que la típica señora que va por la calle diga ''que asco de juventud, en mis tiempos esto no era así''. Siempre tienen esa frasecita guardada, para lo que sea. No puedo soportarlas. No se dan cuenta de que ellas también fueron niñas en alguna etapa de su vida.
- Calla tonta- Me empieza a preocupar que se empiece a acostumbrar a darme con la almohada, porque lo vuelve a hacer.
  Observo como se dirije, con paso ligero mientras se peina el pelo con los dedos, hacia el lavabo. En mi opinion, todas las chicas de su edad deben enviadiarla. Es probablemente la chica mas guapa de su curso, segun sus compañeros.
  Yo tengo otra opinión acerca de ese tema. Nadie es mejor que otro. ¿Por qué iba alguien a ser superior? Todo el mundo tiene defectos, aunque esta sociedad acostumbra a verlos solo en la apariencia, y no en la personalidad. ¿Quién decide si eres guapo o no? ¿Por qué deberías gustarle a alguien dependiendo de la forma de la cara que tienes? No me gusta que me juzguen por eso. Yo elijo como quiero ser, como quiero pensar. Y no mi cuerpo.
  Cruzo el pasillo frustrada por esa idea. Odiosa sociedad... Abro la puerta de madera que separa el pasillo de la cocina tan enfrascada en mis pensamientos, que no me doy cuenta de que hay alguien al lado de mi madre. Le conozco. No estoy segura de qué, pero me pone los pelos de punta.
  Miro a mi madre. Solo la había visto así una vez: cuando murió mi abuela. Mi madre y yo estábamos en el sofá, viendo ''siempre a tu lado'', cuando sucedió. Fue hace cinco años. Nicky estaba durmiendo. Llamaron al teléfono de casa. Como mi madre y yo no nos queríamos perder la película mi padre fue a coger el teléfono. Le contaron lo ocurrido; la abuela había sufrido un ataque al corazón estando con mi tía. La llevaron al hospital, aunque allí no pudieron hacer nada para ayudarla. Mi padre se lo contó a mi madre lo mejor que pudo, pero tardó bastante en hacer que parara de llorar. No volvió a ser la misma hasta después de unos cuantos meses.
  La vuelvo a mirar detenidamente. Sus ojos azules han perdido parte de su brillo y su cara no expresa alegría, precisamente. Con una de las manos se apoya en la mesa del comedor, para no caerse, parece ser. Me da la sensación de que algo no va bien.
Me quedo de pié en medio de la cocina sin saber qué hacer. Nicky llega a mi lado cuando mi madre dice:
- Hijas, este es Ángel, el compañero de patrulla de vuestro padre- Claro, eso era. Quizá no le he reconocido porque no lleva uniforme. Ángel es el compañero de mi padre, y no ha llegado a caerme bien. Nunca me ha gustado que mi padre fuera policía. Después de tanta serie policíaca, se me ha metido en la cabeza que ser policía es peligroso. Le he pedido un par de veces que lo deje, pero se le ve muy entusiasmado con su trabajo.- Ha venido para comunicarnos que, hace unas horas estaban dando una vuelta por la ciudad, buscando posibles infracciones. Mientras paseaban, se oyó un fuerte estruendo. Dispararon a vuestro padre.- Mi madre baja la cabeza. No me da tiempo a asimilarlo. No me parece real. No puede ser. Veo como se le cae una lagrima a mi madre por la mejilla, hasta llegar a sus rosados labios. A mi hermana le pasa lo mismo. No se qué hacer.
- Está grave en el hospital.- continúa Ángel- Le dispararon en un costado. No sabemos la gravedad de la herida, aún. Los médicos nos lo informaran más adelante. Esperemos que todo salga bien. Necesitamos saber quién le disparó y porqué lo hizo. Os aconsejo que no vallais a visitarle todavía. Os mantendré avisados de cualquier novedad.
  Le da un fuerte y cálido abrazo a mi madre. Hace lo mismo con nosotras dos y al igual que vino, se vá.
  Mi madre y mi hermana se quedan quitas donde estaban. Solo yo reacciono:
-Seguro que no es nada.- Aunque no estoy totalmente segura de lo que acabo de decir. ¿Y si es muy grave? ¿Y si no sobrevive?. Me saco rápidamente esa idea de la cabeza. Mi padre es muy fuerte. No se da por vencido.
- Si, a papá nunca le pasa nada.- Se seca rápidamente las lagrimas. Mi hermana y mi madre son muy sensibles. En eso no se parecen en nada a mi. Son las típicas mujeres, por decirlo de algún modo, que lloran por cualquier película. Yo no soy así. Es que simplemente no me salen las lagrimas. Problemas míos. He intentado llorar con ellas en alguna película para no hacerlas sentir que son débiles, que lo son, pero soy incapaz de soltara una sola lágrima. Algún día pillare el truco, pero estoy segura de que no será pronto.
  Da un largo abrazo a mi madre. Se consolan mutuamente. Mi madre roza el castaño pelo de Nicky con los dedos, baja hasta su espalda, y una vez allí, mueve la palma de la mano en circulos, acariciandola. Siento un poco de envidia por ellas... Se parecen tanto... Yo, en cambio, me parezco mas a mi padre, en cuanto a la personalidad. Me acerco a ellas y me uno a su achuchón. Este tipo de cosas vienen verdaderamente bien en invierno, para entrar en calor.
  Nicky se separa la primera:
- Me voy a vestir, ahí fuera está todo nevado.
- Yo tambien. No me perdería por nada una buena gerra de nieve.
- Suena a desafio.
Le muestro una sonrisa burlona:
- Lo es.